La instalación incluía montículos cilíndricos de tierra comprimida suspendidos del techo por guayas metálicas, creando un efecto de jardín colgante. Atomizadores permitían al público rociar la tierra, que debía mantenerse en un delicado equilibrio entre lo seco y lo húmedo para evitar desmoronamientos. Este juego simbolizaba la necesidad de encontrar un equilibrio para la supervivencia, reflejando la crisis ambiental actual del planeta.

En la misma sala, otras dos obras también representaban esfuerzos torpes por sobrevivir. Una malla roja para frutas intentaba decorar con pasto que se secaba gradualmente. Una estructura cilíndrica de metal albergaba pasto de rápido crecimiento, iluminado por un único bombillo de luz de cultivo en un intento infructuoso de alimentarlo. Estas piezas subrayaban la lucha por la supervivencia en un entorno cada vez más hostil, donde la acción oportuna es crucial para evitar el colapso.